16 mayo, 2006

Relato: JIM, SOPLAPOLLAS CONVENCIDO


Un cazador abate en Canadá el único híbrido de oso pardo y polar

Si limpiarse el culo con billetes de 500 euros alargase la vida 2 días, el alma de Jim estaría atrapada por los restos de los siglos en el cuerpo de un humano. Otra cosa es la cantidad de gilipolleces con las que Jim la sonrojase un día tras otro. Seguramente el alma de Jim apareciese en primera página de cientos de diarios solicitando una muerte digna.

Jim se levanta un buen día, con otro gatillazo en su haber, pero atrincherándose en su papel de cliente tiene el valor de pagar con desprecio a la puta tetona que se calza unas medias al otro lado de la cama. Jim desayuna y piensa en algo que realmente se la ponga maciza.

Jim es un soplapollas. Ha ido a un colegio de soplapollas, ha estudiado en una universidad de soplapollas y su padre, también un soplapollas de rancio abolengo, le compró una licenciatura con la que perpetuar la soplapollez otra generación más. Como ha quedado demostrado, Jim es un soplapollas por los cuatro costados. Es un fiel seguidor de la soplapollez. La soplapollez para Jim no es una moda, es un "way of life" como le gusta fanfarronear.

A Jim le ha costado 36.000 euros que su alma pida la eutanasia por la vía sumarísima. Cuando creía que la iba a montar matando a un oso polar, el destino reparte cartas trucadas y le planta un oso híbrido frente a la mira telescópica.

Jim regresa a casa, más soplapollas que nunca, con un alma con mono de cianuro y un cosquilleo en la entrepierna que de olvidado, le parecía novedoso.

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