Creo que alguien debería hacer un estudio profundo sobre los arrebatos místicos de barra de bar. Bueno, así llamo yo a esas reflexiones en las que existe una notable desproporción entre el calado de la idea expuesta y la sobriedad con la que se exponen, ganando por contundencia esta última. Un ejemplo; "hoy en día ya no hay ni izquierdas ni derechas..., lo que quieren todos es trincar a saco..." (todo esto dicho sacando quijada e intentando que las cejas se sitúen entre la nariz y los labios).
Puesto en antecedentes el lector, reproduzco otra meditación de esas que sobreviven entre humo, surtidores de cerveza, cartoncito de patatas fritas y jamones ajusticiados.
- ¡Más del 90% de los libros se compran por su portadas!. ¡Es acojonante el marketing que hay en el mundo editorial!.
Supongo que el buen hombre sabía de sobra que no había puesto "patas p'arriba" el mundo pero la tensión de sus músculos faciales se empeñaban en "originalizar y exclusivizar" la sentencia de su amo.
Pasados unos días no sólo me dejo llevar por el tentador mundo de las reflexiones de baratillo, sino que además envido con vehemencia.
- ... y aún más que por las portadas, son por las bandas rojas que las ciñen.
Un libro con una portada chula, mola, pero si además tiene una cinta encarnada con cualquier gilipollez escrita, ¡amigo, eso es la hostia!. "Más de cien mil ejemplares vendidos", "Premiada con el Vellón de Bronce en el Concurso de Fuente dé", "Tienes la cena en el microondas".. da igual lo que venga escrito. Algo en tu cerebro engrana al ver la cinta de color rojo y la idea de que lo que tienes en las manos es material del bueno se instala en el cuerpo.
Pero lo que se debe tener claro es que una vez que has pasado por caja hay que saber perder, sobre todo cuando te la mete por la escuadra y con un efecto un mediocampista de la editorial Siruela (ref. "Rapsodia en Nueva York").
"Vuelve Nanette Hayes, la detective de las novelas de jazz de Charlotte Carter..."
A toro pasado es muy fácil, pero de primeras dadas quien se hubiera resistido. De cabeza y con los cuernos por delante, así entré yo al trapo, como un torito sobrado que siempre ha puesto sus reglas en la dehesa.
Desde el punto de vista estrictamente de género, este trabajo de Charlotte Carter, la historia es huesuda, de trazo grueso e infantil. Enojosamente predecible hasta que el antojo de la señora Carter decide hacerle quiebro al sentido común y se saca de la chistera remiendos insuficientes para una historia demasiado agujereada.
Los guiños jazzísticos son tan sutiles como un presidiario en una casa de putas con el tercer grado recién firmado. El jazz tiene tanta relación con la trama como el macramé o la papiroflexia, por lo que el primo, en este caso un servidor, no sabe si la patada ha sido al bolsillo o al orgullo.
Puesto en antecedentes el lector, reproduzco otra meditación de esas que sobreviven entre humo, surtidores de cerveza, cartoncito de patatas fritas y jamones ajusticiados.
- ¡Más del 90% de los libros se compran por su portadas!. ¡Es acojonante el marketing que hay en el mundo editorial!.
Supongo que el buen hombre sabía de sobra que no había puesto "patas p'arriba" el mundo pero la tensión de sus músculos faciales se empeñaban en "originalizar y exclusivizar" la sentencia de su amo.
Pasados unos días no sólo me dejo llevar por el tentador mundo de las reflexiones de baratillo, sino que además envido con vehemencia.
- ... y aún más que por las portadas, son por las bandas rojas que las ciñen.
Un libro con una portada chula, mola, pero si además tiene una cinta encarnada con cualquier gilipollez escrita, ¡amigo, eso es la hostia!. "Más de cien mil ejemplares vendidos", "Premiada con el Vellón de Bronce en el Concurso de Fuente dé", "Tienes la cena en el microondas".. da igual lo que venga escrito. Algo en tu cerebro engrana al ver la cinta de color rojo y la idea de que lo que tienes en las manos es material del bueno se instala en el cuerpo.
Pero lo que se debe tener claro es que una vez que has pasado por caja hay que saber perder, sobre todo cuando te la mete por la escuadra y con un efecto un mediocampista de la editorial Siruela (ref. "Rapsodia en Nueva York").
"Vuelve Nanette Hayes, la detective de las novelas de jazz de Charlotte Carter..."
A toro pasado es muy fácil, pero de primeras dadas quien se hubiera resistido. De cabeza y con los cuernos por delante, así entré yo al trapo, como un torito sobrado que siempre ha puesto sus reglas en la dehesa.
Desde el punto de vista estrictamente de género, este trabajo de Charlotte Carter, la historia es huesuda, de trazo grueso e infantil. Enojosamente predecible hasta que el antojo de la señora Carter decide hacerle quiebro al sentido común y se saca de la chistera remiendos insuficientes para una historia demasiado agujereada.
Los guiños jazzísticos son tan sutiles como un presidiario en una casa de putas con el tercer grado recién firmado. El jazz tiene tanta relación con la trama como el macramé o la papiroflexia, por lo que el primo, en este caso un servidor, no sabe si la patada ha sido al bolsillo o al orgullo.
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